Ciencia contra la pobreza (II)
Por: Pere Estupinya | 17 de marzo de 2008
Hoy os voy a hablar del laboratorio más rudimentario del MIT. Dejemos de lado la high tech, los nanotubos, o los robots de última generación. ¿Por qué? Porque hay un equipo cuyo objetivo es mucho más simple: aprovechar las ingeniosas mentes de los estudiantes del MIT para solucionar problemas concretos de países en vías de desarrollo. La condición: hacerlo de manera sencilla y barata para que pueda ser implantada fácilmente por la comunidad que la reciba. No se trata de regalarles molinos eléctricos para triturar el grano y producir harina, sino ayudarles a diseñar un aparato que ellos mismos puedan construir, expandir, y reducir la enorme cantidad de mujeres que pasan largas horas haciendo este proceso de forma manual. El D-Lab representa otra verdadera transferencia de conocimiento entre uno de los centros responsables de la actual revolución tecnológica, y rincones del planeta que están todavía lejos de la revolución industrial. La clase del D-Lab es una de las más solicitadas por los estudiantes del MIT. Cada año se hacen sorteos para seleccionar a los afortunados, cuyo proyecto será analizar las necesidades identificadas por ONG’s o miembros del D-Lab, buscar soluciones, viajar tres semanas a los países de origen, trabajar con la gente local para resolver la problemática en cuestión, y recibir la recompensa emocional que supone ayudar de forma noble a personas que lo puedan necesitar. Muchos definen esta asignatura como la más influyente de sus estudios, y algunos han decidido reorientar su carrera profesional hacia el mundo de la cooperación. Y no es un tema baladí si hablamos de estudiantes brillantes destinados a causar un fuerte impacto en las tareas que desarrollen. El D-Lab ya ha implantado los molinos antes citados en comunidades de Senegal, prótesis más baratas y fáciles de ajustar en la India, unsistema de cloración del agua que se está extendiendo por Honduras, parábolas paracocinar con energía solar en Lesotho (África), una desgranadora manual de cacahuetes, incubadoras que no requieren electricidad para realizar análisis bactereológicos del agua …, y muchos otros proyectos que en países pobres no saben cómo abordar, ni hay empresas con interés comercial suficiente en desarrollarlos.
Carbón para cocinar
Pero su proyecto estrella es la producción de carbón para cocinar a partir de desechos agrícolas. Empezó hace 6 años en Haití como una iniciativa más del D-Lab, pero por sus posibilidades ha recibido varias subvenciones, se ha exportado a otros lugares del tercer mundo, y sus alumnos han creado una empresa para implantarlo a gran escala en Haití.
Victor Grau es un ingeniero español que lleva varios años vinculado al D-Lab y viajando por diferentes países. En su mano derecha muestra los restos aparentemente inservibles de una mazorca de maíz, y en la izquierda tiene el carbón generado a partir de residuos orgánicos con la simple e ingeniosa metodología de carbonización que el D-Lab desarrolló. Sé que a primera lectura puede parecer que no hay para tanto; os confieso que yo tuve esta reacción inicial. Pero cuando Víctor te explica que en Haití las familias gastan casi el 25% de sus recursos en comprar madera para cocinar, que esta madera proviene de una preocupante deforestación, y que a nivel global los humos respirados en el interior de las casas representan uno de los principales problemas de salud en niños menores de 5 años, te das cuenta que sí puede tener un fuerte impacto. Si queréis saber más de este proyecto, de otros, u os quedan dudas sobre D-Lab, podéis plantearlas en los comentarios. Víctor me ha confirmadoo que se compromete a participar de forma activa en la conversación.
Una ingeniera comprometida
Pero no puedo terminar el post sin mencionar a Amy Smith, la fundadora, líder y alma del D-Lab. Conocí a Amy por primera vez durante una conferencia en el Museo del MIT. Enseguida comprendí porqué aparece tanto en los medios , la solicitan a numerosas conferencias, ha recibido varios premios, y está considerada uno de los personajes más carismáticos del MIT. No es por sus descubrimientos científicos, ni por ideas futuristas extravagantes, sino por la pasión y honestidad que transmite cuando habla de algo tan simple como trasladar conocimiento a los países en vías de desarrollo. Y no sólo habla, sino que te puede citar una lista de proyectos ya implantados por su D-Lab. Amy Smith es una de estas personas que trabaja por vocación, y cuando conversas con ella percibes esa calma y satisfacción que produce hacer un trabajo bien hecho, del que se siente orgullosa, y que está contribuyendo a hacer un mundo mejor.
Carbón para cocinar
Pero su proyecto estrella es la producción de carbón para cocinar a partir de desechos agrícolas. Empezó hace 6 años en Haití como una iniciativa más del D-Lab, pero por sus posibilidades ha recibido varias subvenciones, se ha exportado a otros lugares del tercer mundo, y sus alumnos han creado una empresa para implantarlo a gran escala en Haití.
Victor Grau es un ingeniero español que lleva varios años vinculado al D-Lab y viajando por diferentes países. En su mano derecha muestra los restos aparentemente inservibles de una mazorca de maíz, y en la izquierda tiene el carbón generado a partir de residuos orgánicos con la simple e ingeniosa metodología de carbonización que el D-Lab desarrolló. Sé que a primera lectura puede parecer que no hay para tanto; os confieso que yo tuve esta reacción inicial. Pero cuando Víctor te explica que en Haití las familias gastan casi el 25% de sus recursos en comprar madera para cocinar, que esta madera proviene de una preocupante deforestación, y que a nivel global los humos respirados en el interior de las casas representan uno de los principales problemas de salud en niños menores de 5 años, te das cuenta que sí puede tener un fuerte impacto. Si queréis saber más de este proyecto, de otros, u os quedan dudas sobre D-Lab, podéis plantearlas en los comentarios. Víctor me ha confirmadoo que se compromete a participar de forma activa en la conversación.
Una ingeniera comprometida